Resolver la desconfianza cultivada y alimentada durante más de cincuenta años desde una confrontación armada que ha dejado miles de víctimas y cuyas causas antes que resolverse se han profundizado, es quizás uno de los mayores retos del proceso de negociación que se adelanta en la Habana entre el gobierno colombiana y la organización insurgente FARC. Es de suponer que la transformación de un conflicto de larga duración como el colombiano entrañaría la apertura de condiciones para construir confianzas, pero la realidad es que esto no lo es sobre todo cuando dicha negociación se ha decidido llevar en el peor de los escenarios: en medio de la confrontación bélica. Cada hecho de guerra -ampliamente recogidos por los enemigos del proceso y por los medios de comunicación- borra cualquier intento por mostrar los aciertos que en materia de acuerdos se vienen dando. De ahí las altas cifras que indican la pervivencia de dicha desconfianza, haciendo de ésta, una de las mayores debilidades de este proceso y como se ha indicado, quizás uno de sus mayores retos.
Al lado de la confrontación armada aludida, el año del cual se ocupa este informe, ha sido un escenario de una aguda confrontación política entre los enemigos de este proceso y aquellos, que no han renunciado al sueño por ver una Colombia que, desde el profundo dolor dejado por tanta intolerancia e indolencia, no han dejado de mantener claro el punto de llegada: una sociedad capaz de abrir la difícil trocha de crear inclusión social, aplicar justicia y concretar una democracia que establezca las reglas de juego y los escenarios para dirimir, de manera civilista, los no pocos conflictos propios de un mundo plural y diverso como el que habitamos. El proceso electoral ocurrido este año, fue sin duda en el que fue más evidente dicha confrontación y fue la paz el tema que al final dirimió dicha contienda. Sin embargo, los resultados finales indican que una importante franja de la población tiene una posición bastante definida en contra del proceso y con ese caudal electoral la ultraderecha, que se postula como su representante, arrecia su campaña de oposición al proceso convencida que esto le permitirá adelantar con ventaja una disputa del poder local en las elecciones del 2015 y desde allí, encontrar una mejor posición para incidir negativamente en una eventual refrendación de lo que se acuerde en la Habana.
En un escenario como el indicado antes, ésta región, la antioqueña, el territorio más afectado históricamente por el conflicto armado y por las conflictividades urbanas, cuyo tratamiento siempre ha marcado los más altos índices de violaciones a los DDHH, manifiesta paradójicamente el más bajo apoyo al actual proceso de negociación, tal como puede colegirse del comportamiento electoral a que se ha hecho mención, lo cual está indicando la profunda huella dejada por este conflicto, pero también, el gran peso que tienen factores ideológicos y culturales en su configuración histórica de profundas raíces conservadoras y muy cercanas a idearios autoritarios.
La paz, como bien lo señala Aldo Civico en reciente columna, es un misterio porque nos invita a transitar por lo desconocido que en el caso colombiano y en Antioquia de manera concreta procede de una historia de la que sólo hemos aprendido de la guerra, por eso nos cuesta tanto salirnos de ella. Transitar, que tiene como trasfondo poner a funcionar la imaginación y la creatividad en construir no con cualquiera: con aquellos que en algún momento fungieron como nuestros victimarios y opresores. Ese tránsito de la desconfianza y la indiferencia a la solidaridad y la colaboración implica el mayor de los cambios y quizás el de los más complejos, al lado de los políticos y económicos, que acaparan la atención de manera privilegiada.
Estamos pues ante la demanda de pasar del sueño a la acción, así parece deducirse de los desarrollos del proceso de la Habana que en medio del escepticismo, mezquindades y los enemigos que pululan, avanza y promete someterse al veredicto ciudadano. Se trata, pues, de no dejar que la fuerza de una historia ominosa con antiguos y nuevos profetas de la guerra nos impida romper con sus ataduras y no obstante la complejidad de la coyuntura, demos los pasos necesarios para construir una sociedad en clave de derechos como bien lo consigna la misión de la nuestra plataforma Coordinación Colombia Europa Estados Unidos –CCEEC–. Es el momento por lo tanto, para que en este territorio Gobernantes, movimientos sociales, partidos políticos, iglesias, academia convengamos como un primer acto de confianza, una alianza implícita o explícita en acciones concretas que desbrocen el camino para afrontar los grandes retos que se vislumbran. ¡Hay que jugársela, esto vale la pena!
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